Hay más de un aspecto en que la tecnología ha hecho nuestra vida peor, convirtiendo un potencial avance en un problema. La mayoría de estas tecnologías son positivas en lo técnico, pero el uso que les hemos dado es contraproducente.
El ejemplo perfecto es la inteligencia artificial, que tiene un asombroso potencial en muchísimos campos, pero también puede usarse para fines maliciosos, y supondrá duros cambios en muchos sectores.
La cara negativa de la omnipresente tecnología existe, y vamos a conocer algunas de las más problemáticas:
"Fomo", o la esclavitud del móvil
"Fomo" son siglas en inglés de "fear of missing out", que significan literalmente “miedo a perderse algo”. Más que un miedo, es una ansiedad por consultar continuamente apps como Instagram, Twitter, Facebook o cualquier otra con contenido siempre cambiante.
Es la mayoría de los casos, no nos vamos a perder nada importante si no las miramos en ese momento, ni siquiera en unos días. Pero nos hemos vuelto adictos a la tecnología, y nos parece que siempre hay algo que revisar en ese instante.
Por no hablar de esa sensación de que todo el mundo está haciendo cosas geniales, viajando por el mundo, divirtiéndose o comiendo algo delicioso. Pero la vida real no es como las redes sociales, y el "fomo" puede llevarnos a la frustración ante unas expectativas irreales.
Es imposible hacer planes cerrados
La facilidad e inmediatez de las comunicaciones ha convertido el “vamos viendo” en un verdadero problema a la hora de hacer planes. Poner una hora y sitio para vernos con amigos o familia suele implicar que alguien diga que llegará a una hora indeterminada, avisándonos cuando esté libre.
El habitual “te aviso y vamos viendo” no pocas veces acaba en problemas organizativos, cuando no enfados. Por ejemplo, si nadie llega a la hora, excepto uno de los convocados. O hay que cancelar los planes, porque ninguno de los invitados es capaz de confirmar hasta el último instante.
La flexibilidad para quedar de los mensajes de WhatsApp (y la ubicación en tiempo real) es útil en muchos casos, pero en otros se convierte en un quebradero de cabeza.
Siempre pendientes de la batería
Tras una primera generación de móviles con una o hasta dos semanas de autonomía, la llegada de los smartphones nos obliga a estar pendientes del cargador a diario. A veces, ni siquiera seremos capaces de llegar al final de la jornada con batería, como ocurre en plegables como el Galaxy Z Flip 6.
Lo peor es que cada vez tenemos más cosas que cargar: smartwatches, auriculares, anillos inteligentes, portátiles… Hubo un tiempo, ahora lejano, en que la disponibilidad de un enchufe no era preocupación en nuestras vidas.
Concentración a niveles mínimos
¿A cuántos nos cuesta ver una película de dos horas en casa sin mirar el móvil? Nos hemos vuelto adictos al móvil, esto lo sabemos, pero además estamos generando problemas de concentración cada vez más graves.
Acostumbrados a la inmediatez de las redes sociales, de las stories o de los tiktoks de 15 segundos, somos incapaces de centrarnos en una tarea durante un tiempo prolongado. Saltamos de una a otra, las postergamos o vemos como nuestra productividad se desploma por las continuas interrupciones.
Llamadas comerciales que van a peor
El spam comercial sigue empeorando, pues ahora incluso recibimos llamadas generadas con IA para intentar estafarnos. Por si no fuera bastante con los comerciales de operadores de telecomunicaciones, eléctricas, seguros o bancos, que se mantienen insistentes.
Existen algunos trucos para evitar las llamadas spam, pero el problema supone un reto. Tras una serie de medidas fallidas, en España se ha prometido acabar con el spam telefónico, en colaboración con los operadores.
Emails a horas intempestivas
El mundo hiperconectado ha derivado en empresas explotadoras que esperan que estemos disponibles a cualquier hora. Por email, WhatsApp o incluso llamadas, pretenden que se respondan las solicitudes a cualquier hora.
Es difícil escapar a estas dinámicas. Países pioneros como Australia ya han legislado sobre el derecho a la desconexión digital, e incluso en España se han visto sanciones por parte de la Inspección de Trabajo.
Por supuesto, aquí es clave que los trabajadores exijamos el cumplimiento de nuestros derechos, algo tan importante como la propia legislación.
Airbnb: alquileres imposibles y barrios invadidos
El problema de la vivienda tiene varios culpables, pero sin duda el turismo masivo propiciado por los smartphones es un factor agravante. Airbnb ha provocado que una parte importante del parqué de viviendas del centro de las ciudades ahora sean alojamientos, muchas veces en condiciones irregulares.
La tecnología ha facilitado el turismo en muchísimos frentes. Google Maps nos ayuda a llegar a los sitios, los móviles ahora incluyen traductores muy avanzados, es posible pedir un taxi desde una app, y tanto vuelos como hoteles se reservan fácilmente por Internet.
Ahora bien, la tecnología es solo en parte culpable de este fenómeno. Al final, muchas personas que pagan alquileres abusivos en su ciudad por culpa del turismo no dudan en alimentar al "monstruo" cuando viajan a otro lugar, y se alojan en un Airbnb.
Por desgracia, en la mayoría de los países no hay voluntad política de resolver el problema del turismo masificado o de los alquileres. España es uno de ellos, con los partidos proponiendo soluciones deliberadamente ineficaces, pero ocurre en muchos otros lugares.
La precariedad de la "gig economy"
Apps como Glovo o Uber son un ejemplo de negocios donde la tecnología es solo en parte responsable del éxito. El otro elemento clave es la explotación laboral, junto a la pérdida de derechos, el pago de impuestos en paraísos fiscales y, en más de un caso, el flagrante incumplimiento de la ley.
La "gig economy" (economía de los recados) prometía que, con un móvil, cualquier podría ganar dinero en sus ratos libres. Por ejemplo, repartiendo comida, o llevando a personas en su vehículo.
En la práctica, grandes multinacionales tienen miles de falsos autónomos trabajando sin vacaciones, salario fijo ni apenas derechos. En España se han limitado los abusos de algunas apps como Uber, pero otras como Glovo siguen desafiando la legalidad de manera vergonzosa.
El algoritmo de Instagram no busca lo mejor para ti, sino lo que les haga ganar más dinero
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