Si alguien nos comenta hace diez años que gritando al vacío “enciende la luz” nuestra habitación se iba a iluminar, seguramente pensaríamos que nuestro interlocutor había sufrido una sobredosis de cerveza de mantequilla. Pero es que, en solo una década, sin apenas darnos cuenta, ha cambiado radicalmente nuestra relación con la tecnología y, con ello, nuestra propia vida. Te lo vamos a demostrar.
Nos cuesta hacernos con las innovaciones tecnológicas. Que se lo digan a los primeros espectadores que, en el París de 1895, pudieron disfrutar de un nuevo invento: el cinematógrafo de los hermanos Lumière. Cuando los asistentes se encontraron en la pantalla con una locomotora que parecía aproximarse hacia ellos a toda velocidad, buena parte de ellos lanzó un grito de pavor y se tiró al suelo para protegerse de ese convoy que, creían, iba a salir de la pantalla y arrollarlos.
Si hace diez años veías a alguien hablando solo por la calle probablemente pensarías que era una persona con mucha vida interior o que no andaba muy en sus cabales. Tampoco entonces no se nos ocurría hablar a nuestra bombilla ni preguntar si va a hacer frío a una esfera a la que llamamos Alexa.
Hace diez años, los niveles de saturación de oxígeno en sangre se los preguntábamos a nuestro médico, no a una pulsera y si pedíamos en una tienda pagar con nuestro reloj lo más probable es que llamaran a la Policía.
Un recurso para mejorar nuestra vida
Hoy tenemos tan integrada la tecnología en nuestra vida, forma parte de nuestra cotidianeidad de tal forma, que puede ser complicado obtener una visión desde fuera que nos permita analizar este cambio. Sin embargo, una situación global, dramática y absolutamente imprevista, puede ser la mejor forma de obtener una perspectiva adecuada para constatar tan radical transformación.
Estamos hablando, claro, de la pandemia de coronavirus que cambió, probablemente para siempre, la relación global con la tecnología. Nunca hasta entonces habíamos sido conscientes del modo en que esta puede ayudarnos a mantener nuestras relaciones sociales, a continuar con nuestra vida pese a la anormalidad de la situación. Nunca hasta entonces habíamos sido conscientes de lo que nos podía facilitar la existencia y de cómo esta había cambiado en muy poco tiempo.
¿Imagináis cómo nos habríamos relacionado con el mundo si la COVID-19 hubiese explotado apenas una década antes? ¿Habríamos podido ver el rostro de nuestros familiares y amigos, aunque fuera a distancia? ¿Habríamos pasado nuestro tiempo de ocio de igual manera? ¿Cómo nos habríamos informado de la evolución de la situación? Probablemente de manera muy distinta.
La revolución de las videollamadas
Muchos apenas conocíamos qué era Zoom antes de la pandemia, tampoco Microsoft Teams. Pero es que si el coronavirus hubiese saltado en 2011 ni siquiera habríamos tenido la posibilidad de utilizarlo. No existía. Pero tampoco otras apps alternativas para hacer videollamadas. Por si acaso aún tienes dudas, aquí te explicamos cómo funciona Zoom.
Si el maldito virus se hubiera colado en nuestras vidas en 2011 habría sido mucho más difíicil reunirse virtualmente con un grupo de amigos, vernos las caras y maravillarnos con el buen aspecto que tenía el pastel que había aprendido a hacer uno de ellos. Nada de celebrar entonces una fiesta de cumpleaños virtual. Una pandemia en 2011 nos habría hecho sentirnos mucho más solos si cabe.
Seguro que habrá quien quiera recordarnos que por aquel entonces ya existía Skype. Y tendrá razón. Pero el Skype de 2011 difícilmente nos habría permitido mantener largas llamadas con 20 personas más. La calidad de la imagen era mucho más deficiente y, lo que es más importante, la conexión a Internet era infinitamente más lenta y aún había un porcentaje importante de la población, especialmente los de más edad, que no tenía ni siquiera Internet.
Con estos mimbres, claro, trabajar en remoto habría sido mucho más complicado. Es verdad que las grandes empresas ya tenían la tecnología que permitía que sus trabajadores pudieran desarrollar su labor desde cualquier punto del mundo. Pero las compañías más pequeñas, las PYMEs no tecnológicas, habrían visto cómo se dificultaban sobremanera sus llamadas.
¿Y qué decir de los colegios y universidades? Por aquel entonces ni se imaginaba qué era Google Classroom. La posibilidad de recibir nuestra clase desde casa en un momento en que no podíamos salir de nuestra vivienda era una posibilidad muy complicada en 2011. Tampoco entraba, claro, dentro de nuestros pensamientos.
Sin embargo, gracias a los avances tecnológicos de esta década, mal que bien, los cursos se pudieron terminar, los exámenes se hicieron a distancia y nadie se quedó sin recibir su apasionante lección sobre las fórmulas del área del triángulo isósceles o el turno de partidos en la España del siglo XIX.
YouTube se incorpora a nuestro día a día
Pero, ¿y el deporte? ¿Cuántos de vosotros temisteis que después de aprender a hacer pasteles de chocolate y devorarlos en vuestros ratos muertos perdieseis esa figura estilizada que habíais conseguido gracias a horas y horas de gimnasio, running, ciclismo y natación?
Seguro que la figura se resintió, pero YouTube nos dio la posibilidad de no permanecer inactivos. La proliferación de vídeos de entrenadores personales nos ayudó a dejar de lado cualquier tentación de estar estáticos.
Y eso es algo que muy probablemente hace diez años no habríamos conseguido, al menos de un modo tan masivo. No porque no existieran entrenadores personales y alguno pasease sus técnicas por Internet, sino porque el fenómeno de los youtubers estaba en pañales. Es verdad que los youtubers ya aparecieron en España en 2009, pero no era ni mucho menos un fenómeno tan extendido hace diez años.
El streaming, una nueva forma de ocio
Parece que lleva toda la vida con nosotros, pero hace diez años Netflix no estaba en España. Tampoco HBO. Ni Filmin. Ni Disney Plus. Hace una década si queríamos ver Los Soprano teníamos que ir a la tienda y comprarnos el cofre o seguir otras prácticas dudosas para conseguirlo.
Eso de sentirnos abrumados por el catálogo de series y películas que podemos ver en nuestra plataforma de streaming es algo muy reciente. Teníamos dos opciones, buscar en nuestra videoteca el contenido que queríamos ver o dejarnos llevar por las posibilidades que nos ofrecía la programación de la televisión tradicional.
Y esa es otra, claro. Porque es posible que nuestra tele no tuviera nada que ver. Algunos seguro que mantenéis televisores antiguos, pero muchos otros os habréis adentrado en el fascinante espacio de las Smart TV. Por cierto, si estás pensando en cambiar de aparato, aquí te dejamos una recomendación sobre los mejores televisores.
¿Una tele que nos permite visualizar el contenido multimedia de Internet con un solo mando a distancia y una única interfaz de usuario? Eso era ciencia ficción hace muy poco. Y eso es exactamente lo que pensaron quienes vieron la presentación de los primeros modelos de la feria tecnológica de Las Vegas en el año 2011.
La invasión de las redes sociales
Vale. En 2011 Facebook era algo completamente implantado. Los más viejos del lugar buscábamos a nuestros amigos del cole en la red de Zuckerberg y empezábamos a demostrar que sabíamos de todo sin saber nada en nuestros tuits. Algunos, incluso, aprendían a subir a Instagram la foto de su plato de merluza con almejas en salsa verde.
Pero lo cierto es que, por ejemplo, Instagram era apenas un simpático embrión. Nada hacía prever que crecería como lo hizo y que sus stories y sus reels se convertirían en una parte determinante de nuestra vida social y hasta profesional.
WhatsApp ya estaba con nosotros, sí, pero realmente en Europa no se popularizó masivamente hasta 2012. Un año antes aún andábamos contando los caracteres de los SMS para que nos cupiesen en un solo mensaje. Por supuesto, otras aplicaciones de mensajería como Telegram o Signal, ni estaban ni se las esperaba.
Y qué decir de otras redes. Si en 2011 nos poníamos a hacer un baile a nuestro móvil como hacemos hoy en TikTok, más de un testigo buscaría donde estaba la cámara oculta. Por otra parte, si queríamos cambiar nuestro aspecto con algo parecido a los filtros de Snapchat o similares no teníamos más remedio que ir a la tienda de disfraces y colocarnos las caretas físicamente.
Los móviles y los asistentes personales
Aparte de eso, si nos poníamos a bailar frente al smartphone, se iba a reír de nosotros hasta el mismo móvil. Lo más normal es que sus cámaras apenas tuvieran la capacidad de recoger al detalle el movimiento de nuestras caderas ni la forma en que deslizamos nuestros pies al más puro estilo Michael Jackson.
Precisamente en 2011, Apple anunciaba su iPhone 4S y resaltaba la maravillosa óptica de su cámara de 8 megapíxeles. También tenía 8 megapíxeles el gran angular de Samsung Galaxy II, presentado el mismo 2011. Hoy el reciente Xiaomi Mi 11 tiene tres cámaras traseras con 198, 13 y 5 megapíxeles y una delantera con 20 MP.
Por supuesto, los mismos smartphones nada tienen que ver con los de hace 10 años, su potencia, su velocidad… Hoy son pequeños ordenadores personales. Hace una década ya eran utilizados para algo más que llamar y mandar mensajes, pero estaban muy lejos de lo que son hoy.
Precisamente ese iPhone 4S fue el primer smartphone de Apple que incluía una compañera charlatana e invisible que iba a ganarse el corazoncito de los amantes de la tecnología. Se llamaba Siri y era una inteligencia artificial que nos servía de asistente personal. Solo preguntándole, una simpática voz nos decía la previsión del tiempo, nos recordaba citas o nos servía como despertador.
Era el germen de la incorporación de la inteligencia artificial a los dispositivos móviles. Pero apenas era un balbuceo. Pronto, Siri comenzó a tener compañeros de viaje en la inteligencia artificial. Alexa, Cortana o Google Assistant han venido para quedarse, ayudarnos y acompañarnos con todas sus habilidades.
Hace diez años tener en nuestra mesita de noche un dispositivo como el Alexa Echo nos parecería una simple decoración de un friqui de la ciencia ficción. Pero lo que sí que parecería increíble es ponernos a hablar con la esfera y que nos contestara.
Hace una década habría sido imposible que, como hemos hecho esta mañana, le pidiéramos que nos cantara una canción y lo hiciera al instante. Hoy nos ha deleitado con La vaca lechera. Esperemos que en diez años, con esa extraordinaria capacidad de aprendizaje que tiene, mejore el repertorio.
Del Windows 7 al Windows 10
Precisamente uno de estos asistentes, Cortana, tiene una presencia importante en otro de los cambios más notables surgidos en los últimos diez años, nuestro sistema operativo. Y es que Cortana es la asistente virtual que nos ayuda en Windows 10, el sistema presente en buena parte de nuestros dispositivos.
Hace diez años, sin embargo, la mayor parte de los equipos contaba con Windows 7, que se había lanzado con gran éxito en 2009 y que en 2015 mantenía una cuota de mercado mundial superior al 60%.
Un extraordinario cambio en los videojuegos
Resulta que tanto ha cambiado el mundo en apenas una década que hasta jugamos de forma diferente. Hace unos cuantos años tener la Xbox 360, que había salido al mercado en 2005, era lo más de lo más. Y si conocías a alguien que tuviese la Wii, nacida un año después, podías pasarte horas en su casa jugando al Super Mario Galaxy y probando el innovador control de movimiento de la consola.
Diez años después aquellos productos nos siguen gustando, sus juegos siguen siendo adictivos, pero existe un abismo tecnológico respecto a, por ejemplo, la hipermoderna PS5, con sus gráficos hiperrealistas, su sonido 3D o el provecho que puedes sacar a su mando DualSense.
También los juegos por ordenador han cambiado radicalmente. Jugar online con otras personas en cualquier parte del mundo es hoy lo habitual y productos recientes como Fortnite o Minecraft son ya parte indispensable de la historia de los videojuegos.
Por otro lado, hace diez años era difícil que eso que llamamos juegos indies, los que no están desarrollados por grandes compañías, tuvieran una dimensión tan espectacular como la de hoy.
En eso, probablemente, tenga mucha culpa el fenómeno de los jugadores profesionales, que cuentan por millones sus seguidores en YouTube o en Twitch, una plataforma, por cierto, cuyo crecimiento en los últimos años ha sido espectacular. Y es que ver cómo se mueven por el mundo del Among us, por ejemplo, acaba estimulando que nos pongamos a imitar al youtuber de turno.
Pero donde el mundo del juego ha variado extraordinariamente es, sobre todo, en los móviles, que se han convertido en uno de los dispositivos más utilizados para disfrutar de la experiencia de los videojuegos y, lo que es más importante, con unos gráficos y unas tramas tan completas que hace una década era inimaginable.
No obstante, no fue un juego de gráficos maravillosos ni complejas tramas el que hizo que los usuarios convirtieran sus móviles en el mejor dispositivo para disfrutarlo. Al contrario. El lanzamiento en 2012 del Candy Crash supuso una revolución acompañada con millones de descargas y una adicción tal que no era difícil encontrarse toda una fila de personas en el Metro de camino al trabajo jugando a ese título.
Además, Candy Crash popularizó un modelo que se ha convertido en uno de los más utilizados por los jugadores de todo el mundo, el freemium, en los que la persona se descarga el juego de modo gratuito y puede disfrutar de él sin desembolsar un céntimo, pero que también tiene la posibilidad de pagar para conseguir ciertos avances o mejoras en su desarrollo. El éxito fue, y es, brutal.
Y ya que estamos recordando, echemos la vista atrás para sacar del cajón de la memoria una película que es un clásico de finales de los 80, Regreso al futuro 2. En ella, Marty McFly viaja desde su presente en 1985 al lejano 2015 y ahí se encuentra con una realidad extraña, muy extraña.
Nosotros vamos a permitirnos manipular un poco el argumento, modificar las fechas y hacer un salto en el tiempo mucho menos radical, apenas cinco años. Imaginemos que el presente de Marty es el año 2011 y su viaje en el Delorean le lleva al 2016. Muy probablemente no entendería nada de lo que está viendo.
Y es que, en ese año, una horda de personas salía a las calles de sus ciudades o pueblos atentas, muy atentas, a las direcciones que les indicaba el GPS de sus teléfonos móviles. Estaban buscando algo que aparecía en las pantallas de los smartphones. Si el bueno de Marty hubiese preguntado a cualquier persona qué estaban haciendo, la respuesta seguro que le habría dejado con un palmo de narices: ¡buscaban a Pokemon!
Pokémon GO se convirtió en un fenómeno inimaginable pocos años atrás, que cambió la forma de jugar e interactuar con el móvil. La incorporación de la tecnología de la realidad aumentada transformaba el modelo de juego. Ya no se trataba de jugar desde nuestro hogar. En este caso, nos exigía interactuar con el entorno exterior. La calle se convertía en nuestro campo de juego.
En solo diez años, los móviles han cambiado nuestra relación con el mundo. Y es que hoy los smartphones son algo parecido al Aleph, ese punto del que hablaba Borges en uno de sus cuentos desde el que se podía contemplar todo lo que sucedía en el mundo. Buena parte de nuestra vida pasa por nuestro móvil. Es un espacio fundamental para informarnos, uno de los lugares favoritos de interacción personal.
Está claro que la tecnología ha cambiado, y mucho, nuestra vida en la última década. Pero nada lo ha hecho tanto como la propia realidad. Si por alguno de esos fallos en los inventos de Doc, el Delorean hubiera trasladado a Marty a la actualidad, estamos seguros de que no se lo hubiera creído. Ese paisaje humano con los rostros ocultos bajo las mascarillas sí que parece una mala e increíble película de ciencia ficción.
Sin duda, la pandemia de coronavirus nos ha servido para poner aún más en valor la importancia de la tecnología, su capacidad para facilitarnos la vida en momentos complicados, su magia para acercarnos unos a otros por lejos que estemos.
Echar hoy la vista diez años atrás nos hace constatar que el avance de la tecnología es extraordinario, que en una década la vida cambia tanto como lo hacía antes en un siglo. Algo nos dice que es muy probable que en 2031 leamos este mismo texto y pensemos que estamos ante una pieza arqueológica. Aun así, en El Grupo Informático estamos expectantes. Como decía Woody Allen, nos interesa mucho el futuro porque allí es donde vamos a pasar el resto de nuestra vida.
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